sábado, 31 de agosto de 2013

Las abarcas, o las albarcas


Una escena propia de la tierra que me impresionó y sorprendió al principio de vivir aquí fue ver en una de las calles más céntricas de Torrelavega, a un paisano caminando por medio de la acera con abarcas y apoyado en una vara de avellano. Tan pancho, orondo y estirado andaba, que parecía el rey de la ciudad. Sin embargo, lo que más me sorprendía era que el único extrañado era yo: los demás viandantes iban y venían a sus quehaceres sin merecer una mirada interrogativa al paisano con esos coturnos montañeses. Rememorando la escena, incluso en este momento, no deja de seguir sorprendiéndome, ya que el día no estaba lluvioso; además, creo que era una mañana soleada de verano. Lo digo porque es un calzado que tiene su sentido en esta tierra y cumple una función práctica e imprescindible. Nosotros que vivimos rodeados de un prado que cruzamos con mucha frecuencia para ir al huerto, si dispusiéramos de unas abarcas nos vendría de perilla, porque, como se pise el verde, aunque esté seco, el calzado se mancha. Y si está húmedo, porque ha llovido o por la rociada, te empapas. Si nos pusiéramos este calzado hecho de un tarugo, salvaríamos los zapatos y no nos mojaríamos los pies.

Las abarcas están esculpidas en madera, pues se fabrica partiendo de un trozo de este material al que se le va dando forma y originando el hueco para que quepa un pie ya calzado; es decir, para enfundarse las abarcas no hay que descalzarse de lo que se lleve puesto. No sé exactamente cuánto pesará cada pieza, nunca me las he calzado, pero en ningún caso son ligeras. No obstante, hay personas que incluso son capaces de caminar con ellas en una prueba de resistencia, como son los 45 kilómetros de El Soplao. Otra característica de estos zuecos cántabros es que llevan cuatro tarugos de unos cinco o siete centímetros que sirven para aislar la base del calzado del suelo.

¿No tienen curiosidad por saber cuánto cuestan unas abarcas? Hace poco pregunté en dos puestos de artesanía y el precio ronda los 120 euros.

Uno de los artesanos más conocidos de la región, ya fallecido, se encontraba en Carmona donde trabajaba al cobijo de una balconada. Allí, en frente de su taller, hay una escultura de este calzado erigida en su honor.




Un poco de publicidad personal...




Te presento esta novela ambientada en Salamanca que acabo de publicar, por si te animas a leerla.

Lo puedes hacer en el blog https://asesinatoenelreinasofia.blogspot.com/2022/09/asesinato-en-el-reina-sofia-faltan-los.html excepto los últimos capítulos.

O bien la puedes conseguir en papel (16 €) o formato ebook (4,49 €) en varias plataformas on line, tanto en España, como en otros países -la forma más rápida es a través de AMAZON-:

-AMAZON (España)
-AMAZON (EEUU)
-GOOGLE PLAY (formato electrónico)

-EL CORTE INGLÉS
-CASA DEL LIBRO
-LIBRERÍA DE LA U (Colombia)
-PERÚEBOOKS (formato electrónico)
-CÚSPIDE (Argentina)
Etc.

Sinopsis

El asesinato de un diputado en un museo de Madrid lleva a un inspector inexperto a Salamanca, circunscripción por la que es electo el difunto. Durante la estancia en la ciudad se adentrará en el mundo académico, político y social en busca de indicios que expliquen los motivos que han llevado al verdugo a cometer tal atrocidad. El proceso indagatorio conducirá al detective a plantearse alguno de los principios por los que ha de regirse en su oficio, después de entrevistarse con testigos poco habituales que no parecen entristecerse con la muerte del político y que no aportan datos significativos del caso.

El ambiente de la localidad universitaria de principios de los noventa del siglo pasado, extraño para el protagonista, más la resolución del caso, le dejarán la sensación de fracaso de su valía profesional y, sobre todo, del papel que le corresponde como agente al servicio de la justicia. 

viernes, 23 de agosto de 2013

Playa de Tagle, o "El Sable"

La playa de Tagle es quizá la más entrañable de las de la zona. Me recuerda los primeros años que pasamos en Cantabria,  pues fue la que más frecuenté. Por entonces vivíamos en Vispieres, un barrio de Santillana del Mar. La mayoría de las veces iba en bicicleta. Ahora, que la visitamos muy esporádicamente o cuando vamos a Suances, cuando recorro la accidentada carretera me acuerdo de los esfuerzos que tenía que realizar en cada una de sus numerosas curvas cerradas para subir... No es una cala, pero me las recuerda pues está rodeada de rocas en sus lados y alguna parte del acceso al agua en el arenal está formado por lanchales. Es, con la playa de Santa Justa, de las más pequeñitas de la zona.
Es muy divertida, pero nos podemos llevar un susto si nos descuidamos por la fuerza con la que rompen las olas. Otro detalle a tener en cuenta, sobre todo si vamos con niños pequeños, es que cubre casi nada más entrar. En cambio, es una playa ideal para tomar el sol, sobre todo si el viento viene del nordeste. Aún recuerdo muchas tardes de enero y febrero de esos años: cuando terminábamos de trabajar me iba con María a tomar el sol mientras nos echábamos una apacible siesta o leíamos un rato.
Desde la última vez que estuve, hará como dos o tres años, han urbanizado un poco la zona. Por esos años, se llegaba por caminos; ahora el acceso está asfaltado y se ha creado un aparcamiento amplio, aunque en agosto, como sucede en todas las otras playas, para aparcar hay que dar unas cuantas vueltas. Aparte de estas mejoras, hay también servicio de socorristas de la Cruz Roja, duchas y en la parte alta una zona de pic-nic. El bar que está al lado de la playa, El Sable, es un lugar ideal para tomarse algo; recomiendo un poco de paciencia y tiempo para esperar la puesta de sol, espectacular desde la terracita del bar. No ponen música, solo se oyen las leves conversaciones de las personas sentadas en la mesa de al lado, que quedan amortiguadas por el compás rítmico del oleaje.
Si nos queremos dar un paseo podemos llegar a la playa de Santa Justa. Solo hemos de recorrer el litoral en dirección al torreón que hay a la izquierda.
Desde la playa se divisan las ruinas de lo que pudo ser una torre de vigía.

miércoles, 21 de agosto de 2013

2013 Día de Cantabria en Cabezón

Siempre que se acude a un acontecimiento ya visto se descubre algo nuevo, bien porque realmente hay detalles que se han escondido en las anteriores ocasiones, bien porque a lo mejor los hemos olvidado con el paso del tiempo. Esta fiesta está unida al nacimiento de nuestra hija, venida al mundo un 3 de agosto de hace dieciséis años. El parto se retrasaba y nos mandaron que diéramos paseos y allí donde había algo de interés nos dirigíamos. Pues bien, nuestra hija nació ese día a las nueve y media y la noche anterior estuvimos dando una vuelta por esta localidad y oímos el pregón que pronunció el parco poeta ya fallecido José Hierro. De esa primera vez me quedó el recuerdo del escritor. En otra ocasión estuvimos en Cabezón por la mañana en compañía de mi hermana y recuerdo la alegría y el bullicio dominical con sus múltiples coloridos folcloristas: las calles estaban llenas de gentes engalanadas como solo se pueden ver en un domingo de fiesta por la mañana. Otra vez, vimos por primera vez el desfile vespertino de carrozas y agrupaciones musicales y nos quedamos con la boca abierta de la riqueza humana de esta tierra. Regresamos otra vez para ver este desfile y en esa ocasión la impresión que me llevé es de haberlo visto ya. Por eso cuando este año hube de ir obligado por mi condición paterna de taxista de mi hija y sus amigas, fui resignado a volver a ver lo de todos los años. Sin embargo, hubo novedades. Llegamos muy pronto, casi a las cuatro de la tarde, cuando mucha gente que había ido por la mañana acababa de comer en pic-nics improvisados al lado del coche o del autobús con los que se habían trasladado. Y al poco tiempo, en dos escenarios y de manera simultánea comenzaron a actuar los variados grupos de música popular. Situados los escenarios a menos de cien metros uno del otro, se podía ver quién estaba actuando y moverse según las apetencias de lo que se veía y oía. Pero no paró ahí la algarabía; en el frondoso paseo central,  tres bandas o charangas se alternaban interpretando y bailando las piezas que tocaban. Los gaiteros y otros grupos musicales no se quedaban atrás y en el rincón menos esperado comenzaban a mostrar sus destrezas musicales. Así, oyendo música, devorando con la vista el colorido que por doquier aparecía, recorriendo los numerosos puestos de comida o de baratijas o de bisutería que se ramificaban desde el centro, se pasaron esas horas previas al desfile. Y sorpresa, este año hubo novedades; tal vez la más llamativa fue una agrupación muy numerosa de Rudagüera que mostró una danza recientemente recuperada de sus antiguas tradiciones.