jueves, 5 de julio de 2012

La Armadija, Reserva Saja-Nansa.

Una de las ventajas que tiene esta tierra es la proximidad y cercanía de los paisajes. No vamos a descubrir nada nuevo, pues hay muchos visitantes que llegan a Cantabria buscando más el interior que la costa; pero es que es lo mismo, están al lado: a poco más de media hora llegas de un lado a otro. Y es importante estar mentalizado de que no se puede venir a buscar una sola cosa, sobre todo cuando la opción es la de playa. Si nos traemos unas botas, podemos conocer el monte y seguramente nos llevaremos unos recuedos tan bonitos e inolvidables como si hubiéramos disfrutado de un día de playa.
Esta posibilidad, se puede hacer sin conocer rutas. Desde hace años, el Gobierno de Cantabria ha organizado salidas guiadas para recorrer lugares de especial valor natural, tanto de costa, como de montaña. Hasta hace nada, eran gratuitas; ahora se cobra una cantidad casi simbólica por cada persona adulta que se apunta.
Riachuelo al comienzo de la ruta, una vez que se deja la carretera.
Al comienzo de la ruta hay que ascender por un camino forestal.
Hoy vamos a describir una ruta que sale del Parque Natural Saja-Besaya, el itinerario conocido como La Armadija, de unos cuatro kilómetros, que se tarda en recorrer algo más dos horas y media caminando sin prisa, charlando con el guía, sacando fotos... El desnivel es de 150 metros y el trayecto transcurre unas veces por pistas forestales, otras por caminos de saca de madera, sendas o cauces secos. Hay que tener en cuenta que es un sitio fresco, húmedo y que no está de más llevar calzado de repuesto por si nos mojamos al pisar en zonas enfangadas. Como hemos dicho antes, el guía es fundamental para la gente que no somos habituales de estos parajes, pues es fácil desorientarse. Y no solo por esta cuestión, para cualquier profano hace falta un intérprete de la cantidad de signos que nos iremos encontrando.
Separación del hayedo de Matanzas y los pastizales.
Aliviaderos por donde sacaban la madera
Por ejemplo, contemplando las faldas opuestas del monte se observa el copioso hayedo dividido por grandes aliviaderos por donde se sacaba la madera, por ahí echaban a rodar los troncos. En la actualidad la explotación maderera ha desaparecido; tan solo es posible aprovechar los árboles caídos por parte de los vecinos de la zona para hacer leña. En ocasiones, cuando hay un haya en esta situación, se marca el lugar con un hito de piedra para significar que ese árbol ya está reservado para luego sacarlo del monte cuando el tiempo acompañe. También se puede observar en esas laderas hasta dónde llega el hayedo y las laderas aprovechadas como pastizales.
Algunos ejemplares de haya son llamativos por su tamaño y por sus formas; son árboles que siempre me han parecido de cuentos de hadas. El hayedo en sí mismo es un bosque fabuloso: apenas entra la luz, húmedo, pero con unos coleres extraordinarios. En esta última visita, me parecieron especialmente brillantes y llamativos los colores de las hojas nuevas.
Mi hijo junto al tronco de un mágnifico ejemplar al lado de la pista forestal.

Haya que ha nacido encima de una roca.


El mismo haya anterior.











 










La luz que logra penetrar en el hayedo es muy poca-


Otra haya con el tronco con oquedades.























































































Los avellanos.
Caminando por el bosque, más o menos hacia la mitad de la ruta, nos encontramos con un cambio en el arbolado: dejamos por un momento las hayas y encontramos grandes avellanos, con la floración ya muy avanzada. El guía nos comenta que el fruto no se coge, se deja para los animales que vivien en el bosque; los paisanos solo aprovechan el avellano para surtirse de varas. El mismo guía se acompaña de una en todo el camino. Comenta que son flexibles, resistentes y muy livianas.



 Mirando al suelo...

El guía parece que camina desahogado, sin esfuerzo, con una conversación constante y casi distraídamente, pero cuando menos te lo esperas te señala con el palo de avellano la huella de un ciervo, de un jabalí, la cama de un corzo con su cría, el excremento de..., unas fresas silvestres... Estos son los ojos que nos hacen falta para leer un poco en la naturaleza y la respuesta a nuestras continuas preguntas.


Una cama grande, por lo que el guía sospecha que es la de una madre con su cría.
Las fresas silvestres.


Tal vez sea este detalle el que más nos gustó: encontrarnos con estas plantitas diminutas, pero con sus fresecitas. Nosotros las tenemos en el huerto y a estas alturas ya están floreciendo por segunda vez. Pero nunca creí que aún quedaran en su estado original.
La presencia de este musgo es uno de los síntomas de la calidad ambiental del medio por el que nos movemos. Está adherido a la corteza de las hayas.

Esporádicamente nos encontramos con acebos: algunos, brotes, y otros, arbolitos ya grandecitos. Es curioso; estos últimos, cuando crecen, en la parte alta, ya no tienen esas hojas tan tersas y con pinchos. Según el guía, esas hojas puntiagudas solo están en la parte más baja como forma de protección.

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